Soy un hombre de la tierra, y me gusta serlo. Me gusta mucho. Me siento bien con mi gente, la gente de la tierra, la de todos los días. La que llora el dolor y ríe la alegría (y que a veces hace las dos al mismo tiempo sin necesidad de por eso ir al psicólogo). La que sufre, ama, lucha, vive y muere siempre mejor en comunidad que en solitario.
Porque soy de la tierra me duelen los pies. Me duelen estas raíces que me afirman donde estoy. Me duele el dolor malo, la vida trunca, la indiferencia siempre.
Me siento vivo con lo mío. Con mi música, mi vino, mi amor, mi Dios, mi fe. Conmigo. Con todos los migo. Porque yo ya no soy yo. No me puedo pensar en un yo estrictamente yo, personal, individual.
En mi yo ya soy muchos. Son la alegría y la tristeza de muchos. Especialmente de los que necesitan compañía en su alegría y en su tristeza…
Porque soy de la tierra me voy gastando. Lo sé. Lo siento. En cada lágrima se me va un poco. En cada latido se sacude un poco de mi. Ya no soy lo que era. Gracias a Dios soy un poco menos. Cada día un poco menos. Soy menos fuerte, menos autosuficiente. Soy menos en mi y un poco más en los otros.
¿Llegará un día en que ya no sea y solo seamos? ¿Viviré un tiempo donde no me encuentre más que en mis hermanos?
Ojalá que sí. Espero ser más pobre, más pequeño, más niño. Espero perder mi nombre, mi apellido, ser solo un murmullo…un sonido…una melodía de tierra y sal, que se haga camino en los caminos para que me anden y recorran los que buscan perderse para encontrarse en los otros.
No sé si podré, no sé si llegaré. Pero esperaré amando para que mi espera sea esperanza.-