Cuando era chico quería tocar el piano. De hecho empecé a estudiar en un conservatorio. No sé porque, me gustaba, era fuerte y constante, un sonido total que todo lo llenaba. Poderoso.
Lo que no era poderoso era el sueldo de mi vieja, que como madre sola y con problemas serios de salud, no pudo sostener más que un par de meses mi formación musical. Tuvimos que buscar algo más sencillo, más alcanzable. Así fue que mami me instó a que me acerque a la guitarra. Fue una de sus tantas premoniciones; ella quería que haga música, veía que lo necesitaba, que tenía que encontrarme en otro lugar otra vez conmigo. Yo no quería tocar la guitarra. Quería mi piano, o el saxo o no sé que más; pero no la guitarra…
Mami era pragmática, la guitarra la llevás a todos lados, te acompaña, es sencilla y sirve para animar cualquier encuentro. No hubo muchas discusiones, al poco tiempo empezaba a estudiar guitarra. Solo Dios y mis profesores saben lo mal alumno que puedo ser. Vago, atorrante y mediocre. No me gustaba y no practicaba. No lo quería hacer. Rompía mi guitarra un montón de veces por descuidarla. Se caía, se golpeaba o pasaban meses sin que la toque. Horrible.
Mientras tanto contaminaba mi espíritu con una radio FM que escuchaba todo el día, y me sabía todas las cumbias de moda. Horrible también.
Todo siguió así hasta que mami ya no me pago más profesores porque los profesores no me querían recibir más de alumno, porque era pésimo. Y decreté mi divorcio de la música.
Fui a conservatorio y tuve profesores. Aprendí a amar la música y me hice guitarrero lejos de las partes y las clases. Todavía me acuerdo. Fuego, carbón chisporroteando, vino tinto, asado en el taller de unos amigos. Desenfundan una guitarra y empiezan “parece mentira, que ya no me quieras, que aquel amor de fuego ni las cenizas ya quedan…” ¡Como sonaban esas chacas!
Volví a casa y empecé a tocar de oído. Folclore, mucho folclore. Y en todos los asados llevaba mi guitarra. Empecé a enamorarme de la música, de mi música. A poner el corazón en cada canción, a encontrarme conmigo, con lo que siento y callo y solo sale en una nota o en un verso. El mismo verso que miles lo cantan y sienten lo mismo o no, pero que empapan de sangre nueva a añejas letras y melodías.
Me siento guitarrero, me encanta la música y lo que se genera. Un asado, un vino, amigos, juntada, charlas eternas y canciones coreadas entre todos. La última que nunca es la última, y chele que dice “hacemos zamba por vos que la sabemos todos”.
Estando ahora en el monte lo veo prodigioso, porque es como saber el idioma de una tierra a la que acabas de llegar. Me siento parte en cualquier asado, en cualquier encuentro, y puedo donarme y darme a todos y cada uno.
Como dice la Zamba de Carlos Di Fulvio:
Guitarrero, con tu cantar,
Me vas llenando de luz el alma,
Porque tu voz, temblando está
Corazón adentro de la farra.
Me vas llenando de luz el alma,
Porque tu voz, temblando está
Corazón adentro de la farra.
Hoy ya no quiero tocar el piano. Y hace mucho que no escucho radio.
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